La feminización de los machos de nuestra especie ha jugado un papel esencial en nuestra evolución cultural. Características como la tolerancia social y la cooperación en el grupo fueron decisivas para que nuestros ancestros pudieran superar la dureza de los miles de años de glaciación, promover una mayor socialización y desarrollar el arte, la magia y las innovaciones tecnológicas. A estas cualidades contribuyó una modificación importante que experimentó el ser humano: la feminización de los machos. Diversos estudios sugieren que el auge repentino de las manifestaciones artísticas y culturales coincidió con un descenso en los niveles de testosterona, la principal hormona masculina, que condujo a una feminización de los machos de la especie.
Los machos de los mamíferos tienen una mayor concentración de las hormonas masculinas, los andrógenos. Estas hormonas, en especial la testosterona condicionan los típicos patrones de conducta y la mayor agresividad que suelen presentar los machos de casi todas las especies; incluida la especie humana. Es bien sabido desde hace miles de años cuando se comenzaron a domesticar los animales, que la castración que reduce los niveles de andrógenos aplaca la agresividad de los animales y facilita su domesticación.
Las hormonas y neurotransmisores Los neurotransmisores responsables de la agresividad, el dominio social y sexual y otras conductas similares no fosilizan, pero ejercen efectos sobre numerosos tejidos, en especial determinan un mayor desarrollo de las masas muscular y ósea. Esto se ha podido estudiar en una de las manifestaciones más características de los niveles de testosterona, como es el tamaño y la forma del cráneo y la estructura facial. Sabemos que en todos los mamíferos hay notables diferencias entre las cabezas y las caras de los machos y de las hembras, cuya causa es hormonal.
Para verificar esta hipótesis se realizó un amplio estudio en más de 1.400 cráneos fósiles arcaicos y modernos: trece ejemplares de entre doscientos mil y noventa mil años, 41 fósiles datados entre treinta y ocho mil y diez mil años y 1.367 unidades modernas procedentes de individuos de todos los continentes. Los resultados fueron esclarecedores: se observó una reducción significativa en la masculinidad craneal y facial desde los cráneos más antiguos hasta los actuales. Los fósiles más modernos mostraban estructuras faciales más pequeñas y redondeadas, con arcos supraciliares menos pronunciados. Este dato de los arcos supraciliares, que a mayor tamaño sugieren mayor efecto de la testosterona, es de especial interés: se reducía su tamaño significativamente entre los fósiles de noventa mil y treinta mil años de antigüedad.
Todo indica que, entonces, se produjo un descenso de la testosterona en los machos, lo que redujo la agresividad y mejoró la conducta social, proporcionándoles un temperamento más sociable que les permitió mayor cooperación y mayor capacidad de aprendizaje entre unos y otros. Algo parecido se ha comprobado que sucede en nuestros.
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